Vestí el oleaje del frío prematura en el océano entre estertores de fuego
dormí agazapada en la muerte bienamada y en luto
defendí páramos azules con espuma de sangre
regresé callada impuesto escombros
oscura de cuervos
Reí hambrienta de sombra lacerada de gritos
gemí a pura madera hambrienta encerrada en una tibia campana
y te mostré suplicio de ojos concavidades robadas de la tierra
Todo en vigilia con el corazón precipitado en la mano
todo incierto regado de agonía
Sé que todo te aterraba.
La lluvia brillando en la escalera
el infame planeta prodigioso
mi desnudez entre rayos de profunda angostura
forjada por el frío y la brasa
toda yo en destierro de un detente
pero tú en éxtasis y ausente.
Ahora cambio todo el vientre por transpiración memoria
por el mudo testigo de los próximos días
el temblor de los pies fugitiva de barcos.
No te vuelvas para mirarme.
Déjame en el sitio dónde arden los duraznos
sobre la lengua del piano
sitiada por la música.
Que luego me corone el linaje impetuoso de todo el temblor del bosque.
Con un sólo ademán,
número y consigna de una grieta constelada
cicatrizada de ti, relámpago de palabras.
Llevo una cicatriz obvia, evidente, delatora de la pelea del cuerpo contra el mal físico concreto. Perfecta, prolija, segura y permanente. Me acuesto sobre tus palabras para que que me penetren y con ellas busco la otra, la que quiero encontrar en mi mirada en los espejos. No, no estoy cicatrizada, sigo, herida abierta y secreta, no somática, queriendo con una despedida que sea propia, no desde, encontrar ese "linaje impetuoso de todo el temblor del bosque" dejar de sangrar. Leo tu libertad, Laura, aunque duela, será mi ruta, amiga. Gracias.
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