Cielo roto de burbujas el despeñadero, amarga vigilia puede
nunca silencio
región de arrojarse a pedazos sobre los vestidos oscuros
y luego siempre la pecera con sus dorada animosidad de fuego
círculo tras círculo
de tí surge el estanque la abierta tristeza toda inextinguible
y el llanto inacórdico de princesa helada
Pretendo acaso que de un poco de sonoridad viviente
aún por el entrecejo fruncido de la primera idea
nazca sin custodia la languidez de oro de tu cuerpo en vaivenes
fatídicos
amplio de secuencias, apergaminado, vivo, mágico entre los lechos vacíos de flores
No vengas hacia la soledad de mi cuerpo
con la huella implacable de arena cabizbaja
tengo demonios que rompen las paredes
la caricia zarpazo ebria y pálida
tan regia y vespertina como el licor de la muerte.
Cruzo el puente
tiene luces, ha sido violentado por un murmullo de espanto
me vuelvo para no verte
a razón de la herida de la duda que muestra la injuria de una antorcha
nacida de la nieve
En cuanto a la hostilidad.
Ya sabes.
Tú me tienes.
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