“¿Para qué recuerda la gente? (…) ¿Porque buscan en el
pasado alguna protección?””
Svetlana Alexiévich
Cuando amanece y me alejo de los que habitan su forma de
estar en el sueño, escucho los pájaros, veo a través de la ventana crecer la
mañana algo gris de un día en el que pretendo encontrar la armonía, rodeada por
libros y escucho esa música que me reconcilia conmigo. Uno suele pelear siempre
contra sí mismo, se da latigazos en la espalda, se piensa un monstruo, otras
pretende ser amado por su percepción “angelical”, las dos cosas son bastante
ilusas, es difícil saberse humano,
palparse por dentro con la fragilidad que eso conlleva , ser ese pequeño
animalito mortal de insignificancia dulce, haberlo intentado todo, pero aún
así, ese todo es poco, un ensayo que cojea, se levanta, trata, tartamudea, es
mudo, se solidariza con bosquejos y errores, dice, ya no más, insiste, se
equivoca de nuevo, después la tristeza. Una gran parte de la humanidad en
llamas. la posibilidad de la alegría tal vez como un ejercicio impúdico de
vanidad omnipotente.
La bondad, seguramente la mayor virtud humana, tan bien
expresado por Saramago, no abunda. Su escasez duele como una catarata que
esconde oscuros dientes transilvánicos, duele poderosamente, aunque piense en
los pájaros compañeros y la música de Maria Bethania diga que siga “Tocando em
Frente” hay algo acurrucado en una zona nunca muerta, posiblemente sea una
ameba en extinción transformada en algo que destruye el mar y mata los peces,
imposible definir tamaña desventura.
Todos nosotros llevamos el bien y el mal en cada paso,
cuchillo blanco y cuchillo negro (canción de “Agua viva” que conozco desde la
infancia y cantaba con mi madre), eso lo sabemos, esta casa de paredones y
puentes que somos todos, pero que en algunos es más paredón que puente.
Hoy es 6 de Enero y me temo que la magia toca poco y mal en
los zapatos que ya no veo cerca de ningún arbolito. No tengo hijos pequeños, no
vivo cerca de mis nietos, tampoco soy una abuela representativa de la maravilla
del abrazo, quizás no sé hacerlo, me preparo ahora para recibir un niñito en el
tiempo en que no abotono las túnicas de mis hijos, puede que esta personita que
nacerá en la frontera encuentre en mi una mujer más preparada para el amor que
desea abarcar con dificultad pero que a veces misteriosamente la desborda.
Soy una maraña de palabras en las que muchas veces me pierdo,
sé que ellas me dicen, todas, hasta las más crueles. Creo que las metáforas
lejos de ser puertas con muchos candados son la traducción fantástica de la más
perfecta desnudez que se viste de seducción para que adivinen lo que encierra
en el centro palpitante de la vida que las mueve. Quién me ha leído me conoce,
puede hacerse el distraído, pero no hay código que no tenga su traducción. El
problema es que a veces complica saber que uno conoce el lenguaje y lo traduce,
existen los que se indignan, a nadie le gusta que le muestren un espejo, eso de
ver entre las grietas, es complicado, más simpático es el ciego por dentro,
callado y agónico, nunca peligroso para descubrir el hondo viaje que no ha de
dejarnos caminar sobre ninguna nube de un lluvioso cielo, con la calma de la
belleza que en definitiva salva siempre, pero…¿ quién puede afirmar que todos
queremos ser salvados de nuestros amados precipicios?
Día de reyes, tradiciones que se transformaron gravemente,
para que el capitalismo reinante haga su labor destructiva con la meritocracia
adjunta del niño que va a recibir regalos por ser bueno y tomar la sopa y el
que no va a tener nada ya que seguramente se portó mal ¿a quien va a
ocurrírsele nacer en un barrio pobre con madre sola y sin laburo, o con un padre
que llora soportando malamente el esqueleto agobiado por el hambre?
Pero tenemos la solidaridad que muchas veces es un
ejercicio de quedar bien con otros y está movido por intenciones nada
agradables pudiendo humillar más que ofrecer algo a quien no puede comprar ni
un trasto viejo. Si, comprar, ya que con la ilusión no basta, y el mundo es un
enorme cartel que enceguece en el hipermercado, lo sabemos, y los niños salvo
en edades muy tempranas, también. Nada más triste que matar el misterio, nada
más penoso que ahondar brechas y hablar de premios y castigos.
En estos días me doy el lujo de estar triste. Recupero
archivos para enviar dos libros después del robo de mis dos laps. Me siento
profundamente invadida, y aunque suelo disculpar los móviles de múltiples robos
ya que también el reino del capitalismo y sus espantajos ha reventado muchas
vidas, así como otros desastres que no se van a solucionar con fórmulas mágicas
de poderoso milagro ni voluntarismo irresponsable, sino con educación
comprometida (básicamente de la sensibilidad) esta vez ya ni siquiera pienso en
esos asuntos que consuelan y veo mis libros perderse en el aire con sus
palabras desgarradas. Estoy superando temores, pero la indignación es
inocultable.
Hace pocos días fui a un sitio a hacerme de un equipo para
subsanar relativamente la situación. La casa de ventas estaba enfrente al
Sanatorio Casa de Galicia. Me sentía tan cansada que dormía a cualquier hora y
en cualquier parte, la tristeza produce un sueño espantoso, parece que alguien
te vedara la posibilidad de decir y obnubilara la capacidad de pensar.
Hace más de treinta años que no regresaba a Millán Y Raffo.
Allí vi el sanatorio, un árbol de navidad se agigantó cerca de los pasos que no
di y me me vi. Salí de mi cuerpo como en una suerte de extrapolación, y regresé
a otro diciembre. Allí estaba una adolescente con una pequeña beba en los
brazos a la que había vestido de fiesta. Esperaba bajo el rayo del sol un taxi
que la llevara a la casa que la recibiría unos días para luego regresar a Melo,
después de haber pasado mas de dos meses en un CTI con su niñita. La vi
bebiendo un helado de agua que otra madre con la cual había construido un lazo
en el sanatorio le había traído de algún boliche cercano. Esa muchacha se
sentía sola, confundida, llena de incertidumbres y a la vez muy feliz.
Estuve de pie allí un rato, breve, “un instante inmenso en
el vivir”. Iba con mi lap nueva, vacía de palabras, me sentía perdida también.
Antes de regresar fui a la casa de la madre de una amiga que vive en Australia
a dejarle un libro para que le enviara y le regalé otro ya que supe que lo
valoraría. La mujer de 91 años, maravillosamente lúcida me habló un rato de
Humberto Vaz Ferreira.
En esta mañana de un seis de Enero en Atlántida he recibido
mi regalo de reyes. Aquí en esta silla no tan cómoda escribe la misma muchacha
que vi sentada con su hija en brazos hace muchos años, de la misma manera que
escribiera incansable desde la infancia. Me dije: “no creas que te has
perdido”. y toda otredad de nubes desapareció, que no existe modo alguno para
robar quién eres y tampoco la historia que te pertenece puesto que solo tú
conoces su oscura y luminosa realidad.
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