Este es el sitio poético de Laura Martínez Coronel.

UN ENCENDIDO MUNDO


UN ENCENDIDO MUNDO

Un encendido mundo lleno de esporas irradiadas, de lámparas acuosas, sangre abierta de las máscaras.
Un pliegue en el sueño con sus muros azules, atesorando bocas , aprisionando nombres, sacudiendo lágrimas en la niebla del bosque.
Pájaros muertos, tierra abandonada, intangible, festines de odio, muchachas desdibujadas en las paredes, monigotes de ausencia, muñones de la angustia.
La miseria de los saltamontes.
En las puertas bárbaras del antropofágico sol sostenido de los pentagramas temerosos están las llagas desoladas de mi boca.
Reptil desfragmentado, basta mirar el puente que cae como durmiendo.
Los mendigos-esas criaturas indigestas-son disparados por el mar, los caracoles silenciosos, los maderos extraviados testigos de las botellas diminutas, verdes, que se mecen entre sonidos carta de nadie, y caen en los sótanos como peces sustentados por el solsticio indescifrable de esas ciudades esponjosas que nacen desde los faros.
Testigo de naufragio.
Busco el gemido imposible de la mujer a la intemperie de su vida.
Busco el espejo para no traicionar el indómito pellejo ambiguo entre viscosos desenlaces sorprendentemente maliciosos
Ahora gritaría.
La epidermis opaca, el olor de la sangre, los huesos entre clavicordios, los cuadros con determinados olores a cielo sin música.
Atmósfera irrespirable.
No lúcida.
Ahora veo como se descalza lentamente de su mano la mujer cuyo nombre de semilla imprudente gesta el árbol del misterio.
Lo hace con lentitud,con mansedumbre ciega, entre murmuraciones de templo imaginario.
Me acerco.
Es dulce en su ebriedad de azufre, con el útero vuelto copa y estambre,emigra de sí, devastada
No necesito más que un breve tiempo de ausencia, mientras todo huele a desborde de fragua
He mordido el rugido de la fruta, sentido el cosquilleo delicado del parto de la tormenta.
Los amantes estaban en el centro de la voz, la esfigie desgarrada,como criaturas desoladas.
Y yo descendía por la calle del alma,empapada de olvido, con siete venas rotas y jamás perdonada.
Muy pronto anocheció.
Todo muerto me mata.

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