Siempre severa la lluvia con el vestido a mordiscos perdido en la imágen
-lejano, ardido de cielo naúfrago-
despacio el silencio cruje como un pájaro.
Dejame cavar sobre las sienes, el tiovivo de tu rostro
el corazón quedará inmóvil con su fuelle de registros y gemidos
bastará un instante de no pesadumbre y habré cantado entre minusválidos destellos de fuego lícito.
Esa línea larga de voluminosos despeinados extintos interlocutores de espalda cansados
por el incesante trueque de espejos
parece la mano rígida que pinta de muerte el cielo
Soy el solísimo brillo de los ojos que no tengo
nacidos para tocar el piano de mis venas en un insomne monólogo de claves
nacidos para andar por las calles con hombres mutilados cargando bolsos de hambre
abiertos y lascivos, entre opio y peces
relámpagos elegiácos de intensidad marfil grito.
Esas cascadas a las que nunca les cuento el cierto día lunar
el pensamiento al borde, el plumón de la lluvia ardiente
olvido cadáveres, soy el junco con su dedo altivo y también la piedra que canta
El nombre en círculos de la oscuridad plateada donde caminabas conmigo
malignos colmillos risa de cerveza ropa de frío
el beso igual a la costilla que rocé con olvido
algunas palabras que escuché desde tus ojos cerrados
el ciego latía en las hojas materiales con las diminutas letras
todo el verso un precipicio
Quedaste en el sur olvidado y yo conmigo
los árboles al regreso todos negros y alineados
-eso lo mas terrible, todos en órden...-
aquel vestido empapado de cerveza melancólica sobre el asfalto gimiente
volando sobre las hojas del incipiente otoño dueño de las serpientes cálidas a medianoche
Sin embargo la campana del colegio comenzaba a sonar con agujeros de hilo
me llevo la última imágen de los cansados molinos
yo levantando desgastada de fotografías encerradas en cuadrados inéditos
los zapatos faltos de mar
como un oficio.
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