No soy nada desde que te perdí en el cajón del tiempo
Te desamé indispensable fugitiva alfabeto mojado de cabellos
convertidos en medusas de nieve
frentes de olvido de roble
rostro seco, piernas entre tijeras en la vacía soledad de mi cuerpo
nunca luz semejante entretanto el miedo.
No recuerdo el instante, tal vez duró mucho tiempo
respirabas próximo a la negación del hambre
y llorabas abrazado a la médula gris que me padece como dentro de un cuento
estertores de olvido quejosos paredones
siempre el desamparo y una forma de estarse mirando
el viaje al rincón de los sonidos.
No recuerdo el instante.
Dormías sentado sobre abreviaturas
todo desolado de frío
tú vieja camisa cubría los dedos del mito.
Yo ya no te amaba.
El mar era la amenaza del monte
brillabas como una espada agónica al fondo de mi vientre
tan melancólicamente debajo de las piedras eras navío cerrado de pieles
Desde mí creció el águila que se precipitó al morirse
en un inútil destello de desquicio
en el cemento obediente de la mujer temblorosa
deseosa de ser montaña con nubes en los bolsillos.
Era yo quien decía mátame hombre encendido
descúbrete aprendiz de emigrante sobre este país mío
aún sin el corazón te prometo las ventanas sangrar desde los escombros
abandonar el suplicio
aún sin el corazón creceré diáfano vegetal pájaro anfibio
soy vida brusca, más que nada he de ser todo
fogata de la esperanza, cascada de lámparas
la hora en que los naúfragos regresan desde la noche desdeñosa de estrellas
Limpiaré la pena muerta con las certezas del nido.
Laura Inés Martínez Coronel
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